La chica que esperaba en el andén.

Y, a veces, no recordaba porqué estaba allí.

Ya ni sabía si esperaba el tren o esperaba a alguien.

Hasta que veía su maleta, la que últimamente se había convertido en su fiel compañera, esa que tanto le costó llenar. Pues en ella guardó pedazos de su vida, trozos de su corazón y algunos recuerdos.

Ropa también guardó, pero eso es lo que menos le pesaba.

Arrastrar la maleta no significaba llevar algo; era dejar atrás, cerrar etapas o, simplemente, huir, escapar del pasado. 

Por eso pesaba tanto, porque lo que le pesaba era la #vida, pero aún así sacaba fuerzas. De donde ni sabía que tenia.

Pues cuando todo se tuerce y bajas las defensas, aprendes a defenderte de otra manera. Puede que a la tuya propia.
 
Y aprendes a no dejarte nada para mañana.

Aprendes a vivir siendo dueña de tus silencios.
 
Y, sobre todo, a volver a todo lo que pueda hacerte ver la vida desde una nueva perspectiva. 

Puede que todos seamos un poco como  La chica del Andén 18.

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